Capítulo 9: La capital mutante

Sakoto creía que la guarida de La Praleña sería eso, una guarida, un rincón del alcantarillado de la ciudad un poco adecentado y práctico. Pero no: la guarida de La Praleña estaba aposentada en unas olvidadas y remotísimas ruinas de una ciudad perteneciente a una civilización borrada por los vientos del tiempo.

—Cuando Nalehom conquistó Raus —explicaba Badai a Sakoto—, de repente aparecieron los mutantinos para acogernos. Desde entonces vivimos con ellos. De hecho, yo me he criado aquí.

—¿Mutantinos?

—Son una raza desconocida por la mayoría de mastrukianos. Ni los mismos mutantinos recuerdan su origen. Simplemente están aquí desde hace milenios o algo así.

—¿Y por qué no reconstruyen la ciudad?

—Se lo propusimos, pero dicen que así está bien. No dieron razones, pero tampoco íbamos a pedir explicaciones.

» Por cierto, Sakoto… El aspecto de los mutantinos es muy diferente del nuestro, e incluso entre ellos hay muchas diferencias. No te sorprendas. Bueno, allé vamos.

Sakoto no entendió por qué Badai decía allé en lugar de allá. Pensó que sería una particularidad de la ciudad o algo parecido. Pero más tarde confirmó que solo lo decía él.

Caminaron por un pasillo que los llevaría hasta la Casa Cutaína, el cuartel general de La Praleña dentro de la ciudad. Sakoto observó que todas las paredes estaban repletas de una especie de jeroglíficos y figuras que parecían reflejar algún tipo de historia mítica, destacando entre todas ellas un inmenso árbol rodeado por tres seres.

—¿Y esto? —preguntó Sakoto.

—Ni idea, ni siquiera los mutantinos saben leerlo. Parece que narra una leyenda, pero a saber.

Justo en ese momento llegaron a una puerta grande y esta se abrió desde el otro lado. Tras ella aparecieron varias personas que parecían esperar a Sakoto e Badai. Badai fue el primero en hablar:

—Qué gran recibimiento.

De entre el grupo de individuos, salió uno de ellos con un parche en el ojo izquierdo, fumando un enorme puro.

—Bueno, tenemos a un posible nuevo miembro de La Praleña, pero todavía no me fío.

Sakoto reconoció la voz: Mick Rage.

—Hola a todos —dijo Sakoto—. Muchas gracias por acogerme. Espero poder ayudar.

Un ser con aspecto cefalópodo, sin cara y tentáculos en lugar de brazos, se dirigió a Sakoto:

—Bienvrenidro a la caprital mutantina, Bitichiri. Yo soy el líderrr de los mutantrrrinos, Xiv. Espero que sea de su agrrrado su estrancia y que puedra ayudrarnos en todo lo posibleble.

—Haré todo lo que pueda, muchas gracias por su hospitalidad.

—No sabía que se podía ser educado y pordiosero a la vez —dijo uno que vestía una armadura con un casco con forma de cabeza de dragón.

Al hombre del bosque no le agradó nada esa hostilidad gratuita.

—Déjalo, Siriyú —ordenó Rage—. Viene recomendado por Castro.

—De Castro me fío —dijo otro miembro del grupo, corpulento y de raza reptiliana, semejante a una tortuga.

—Bienvenido, Sakoto —dijo otro que vestía una gabardina. —No sé por qué, pero me resultas familiar.

—No lo has visto en tu vida, Patrulloso-X —comentó otro de aspecto semejante a Badai, pero moreno—. Si este tipo lleva no sé cuántos años encerrado en un bosque.

—Dejaos de chorradas que hay cosas que hacer —dijo Rage—. ¿Se sabe algo de Panshiro, Iji?

—Todavía no, pero no creo que tarde en llegar.

—Mañana nos reuniremos, tenemos información que organizar y planes que preparar. Tú, novato, tómate el día de hoy para acomodarte, pero mañana te quiero en la reunión. Te pondremos a prueba, a ver si vales algo —y todos se retiraron a la Casa Cutaína.

Detrás de esa gente, Sakoto vio una figura muy familiar. Era ni más ni menos que… ¡El Viejo Mastruko! Sakoto se emocionó mucho. Castro le había dicho que seguía vivo, cosa que le alegró, y tenía ganas de reencontrarse con él. Se acercó corriendo y le dijo:

—¡Viejo Mastruko, soy yo, Sakoto! ¡Cuantísimo tiempo!

El Viejo Mastruko era un anciano de aspecto apacible, pero, de extraña forma, era imponente. Al fin y al cabo, era de los pocos que en el mundo de las artes marciales había recibido el máximo título de El Más Fuerte, el Viejo Mastruko. Era un dios de las artes marciales, que aún entrenaba a algunos miembros de La Praleña.

Detrás de sus gafas de sol, el Viejo Mastruko escrutó a Sakoto, y dijo:

—¿Quién eres?

Jarro de agua fría para el hombre del bosque. El maestro no recordaba a su discípulo. Sakoto comenzó a contarle todo, quién era él, qué sucedió… El Viejo Mastruko alegó que entre su vejez y la tensión de aquella guerra se habían provocado ciertas lagunas. «Lagunas respecto a lo irrelevante», se dijo a sí mismo. Aun así, Sakoto le parecía majo y le ayudaría con su entrenamiento.

En mitad de la conversación, enfrente de los extraños jeroglíficos, apareció un hombre, corpulento y musculado, bastante herido. El Viejo Mastruko se acercó corriendo:

—¡Panshiro!

—Estoy bien, Viejo Mastruko.

Panshiro miró a Sakoto y este se quedó sorprendido. La presencia de Panshiro, más allá de su corpulencia, desprendía fuerza y determinación. Aunque ahora estaba herido, podía intuirse el tremendo ki de ese guerrero. Y es que Panshiro era el miembro más fuerte de La Praleña. Sakoto sabía muy bien que él era menos poderoso, al menos por ahora. Ese hecho le estimuló a seguir entrenando.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el Viejo Mastruko.

—Luché con ese tal Trokkolo, pero cuando lo tenía contra las cuerdas, Nester Log lanzó una granada de humo y desaparecieron.

Trokkolo contra las cuerdas… cuando Sakoto, de un solo golpe, fue fulminado.

—Habrá que vigilar a ese tipo, es fuerte de verdad —concluyó Panshiro.

Si quería ayudar a liberar Raus del yugo de Nalehom, pensó Sakoto, debía hacerse mucho más fuerte. Con las enseñanzas del Maestro Castro y del Viejo Mastruko quizá podría aprender más artes marciales. Ahora mismo, creía él, era un inútil, y eso le frustraba. Tenía una cuenta pendiente con Trokkolo, pero mientras él había estado recluido en un bosque por veinte años, su enemigo había crecido mucho en poder. No sería sencillo.

Y así, Sakoto se unió a La Praleña. Al día siguiente comenzaría su andadura como miembro activo del grupo.

CONTINUARÁ…

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