Capítulo 5: Primera misión

Castro estaba muy asombrado por los rápidos avances de Sakoto. No era normal, sobre todo a su edad. En pocas semanas había purificado sus canales energéticos y aumentado su ki. «¿Quién eres, Sakoto?», se preguntaba el maestro desde hacía días. Y es que Sakoto, según percibía Castro, tenía un potencial increíble.

—Bien —dijo el maestro—, vamos a dar un paso más en el entrenamiento. Te felicito, porque has logrado controlar el ki bastante rápido.

—Gracias, Maestro.

—Hoy comenzaré a enseñarte el estilo del Maestro Castro: el Golpe de Castro.

—¡Sí, Maestro!

—El Golpe de Castro consiste en aumentar mucho el ki en breves espacios de tiempo para asestar golpes mucho más poderosos que los ataques normales.

» Cuando concentras ki no solo puedes lanzar un haz de energía, sino concentrarlo en partes específicas de tu cuerpo para ser más contundente en ataque… y en defensa.

—Creo que lo entiendo. Concentrar ki para atacar y defender. Parece fácil.

—No exactamente, Sakoto. Realizar el Golpe de Castro tiene sus riesgos.

—¿Cuáles?

—Si concentras demasiado ki de una sola sentada o lo haces demasiadas veces seguidas, el Golpe de Castro perjudicará tu cuerpo físico y energético. Debes medir muy bien el rango de concentración de la energía para que puedas usarlo sin perjudicarte.

» Eso sí, si lo empleas de la forma adecuada, no habrá quien te pare.

Castro soltó una carcajada, orgulloso de la técnica que creó.

—Ya veo —dijo Sakoto—. Bueno, vayamos a ello, ¿no?

El Maestro Castro se dirigió a una roca y la señaló con el dedo.

—Mira —le enseñaba—, tienes que convertir esta roca en arena. Pero arena de verdad.

Castro le dio una serie de instrucciones a Sakoto y este comenzó a concentrar su ki. Un golpe, dos golpes y más. Agrietaba la roca, pero se cansaba con rapidez.

—Concentra menos ki, Sakoto. Sigue.

El hombre del bosque continuó probando y, poco a poco, se fue familiarizando con el Golpe de Castro. Aun así, para convertir aquella roca en arena tardó varios días, hasta que al fin lo logró.

—Sabía que lo dominarías, chico —felicitó Castro a su discípulo—. Ahora que has comprendido el principio del Golpe de Castro, durante lo que queda de entrenamiento pulverizarás rocas y seguirás con el Daolong para aclimatarte más al control del ki.

Y así fue. En unos días más Sakoto pulió su técnica y, al menos en principio, solventó uno de sus grandes problemas: destrozarlo todo con el Carcayú Invertido.

***

Uno de aquellos días, Castro, espiando las telecomunicaciones del cuartel de Andevás, volvió a captar mucho movimiento. Según lo que interceptó, algún experimento había sido un éxito y al parecer podía ser operativo. En otra comunicación captada, Nester Log visitaría Andevás al día siguiente para comprobar los «progresos de la investigación».

Raudo, el maestro se comunicó con La Praleña de Tarrakron y habló con uno de sus líderes, Mick Rage.

—Rage, ¿me recibes?, cambio.

—Aquí estoy Castro, cambio.

Castro le explicó sus descubrimientos.

—Pues le vamos a joder la visita a Log —dijo Rage con firmeza—. Tienes al nuevo ahí, ¿verdad? Pues mándalo y que se estrene en La Praleña. Cambio.

—¿Qué quieres hacer, Rage? Cambio.

—¿Qué carajo vamos a hacer, Castro? ¡Volaremos por los aires la puta base! Cambio.

—¡Es precipitado! No sabemos de qué van esos experimentos todavía, solo tenemos una página y no sabemos qué relación puede tener con todo esto. ¿Y si hay más bichos de esos, qué hacemos? Cambio.

—Pues te repito que vaya el discípulo tuyo ese, que descubra lo que pasa y luego lo vuele todo. Así de paso sabremos si el tío es de fiar. Tienes C4, ¿no? Cambio.

—Sí, algo tengo —respondió con resignación—. Cambio.

—Que vaya esta misma noche a regalarles un espectáculo de fuegos artificiales. Cambio.

—Tú sabrás, pero vale, mañana volvemos a hablar. Cambio y corto.

Sganda Praleña. Cambio y corto.

Castro no estaba conforme con la misión, pero su función no era tomar decisiones. Rage tenía más experiencia militar, aunque el maestro marcial creía que a veces se arriesgaba demasiado. Pensando en ello, fue a ver a Sakoto y le contó las nuevas instrucciones. Sakoto lo tenía claro:

—Pues a mí me parece bien con tal de joderles.

—Te llevarías bien con Rage, me parece. Quizá lo conociste porque tenía amistad con los X-tremoduros.

—Pues no, no me suena. ¿Quién es él?

—Un viejo lobo de guerra, uno de los líderes de La Praleña y el capitán de Los Soniquetes.

—¿Los Soniquetes?

—Son un equipo de operaciones especiales. Cuando volvamos a Tarrakron los conocerás. Bueno, vamos a preparar la misión. ¿Estás listo?

—Claro, Maestro.

El Maestro Castro le dio las instrucciones pertinentes a Sakoto y le indicó la mejor estrategia para entrar a la base.

—Y toma.

Castro le dio un aparato diminuto con la forma y el tamaño de un botón de camisa.

—Esto es un escucher, servirá para comunicarnos durante la operación. Póntelo en la oreja.

» Y recuerda, Sakoto: no seas imprudente, habrá muchos soldados.

***

Caída la noche, Sakoto llegó a la base militar de Andevás. Se infiltró con precaución en el cuartel siguiendo las coordenadas de su maestro.

Una vez dentro del recinto, vio mucho movimiento en los patios: había soldados a pie y en camiones realizando alguna maniobra militar. Sakoto le pidió consejo a Castro:

—Veo varios almacenes y luego la torre principal. No sé hacia dónde ir.

—Busca el lugar que esté más vigilado, y cuando lo encuentres intenta entrar sin que te vean.

«Muy gracioso», pensó Sakoto, tenso. Siguió buscando, moviéndose entre las sombras nocturnas. Tuvo la suerte de que muchos de los soldados se encontraban en un área alejada de su posición. Después de un rato escudriñando cada rincón, halló un lugar muy vigilado. En todos los flancos de un pequeño edificio había varios soldados apostados.

Sakoto observó la zona en busca de algún recoveco por el que entrar. Imposible. Le verían, hiciese lo que hiciese. Informó a Castro.

—Busca las cloacas, un laboratorio necesita extraer sus deshechos constantemente y seguro que habrá alguna entrada por ahí —ordenó Castro.

El hombre silvestre encontró cerca una entrada de alcantarilla e, intentando no hacer ruido, bajó. Mal olor, todo muy verdoso y repugnante. La cloaca de toda la vida.

Unos minutos después, percibió algo extraño. Justo encima de su cabeza, sintió un ki… distorsionado. Le era familiar al ki del lemming con el que combatió el mes anterior. Apenas vio una escalera, trepó por ella.

Una vez arriba, se encontró en un laboratorio. Ordenadores, papeles, probetas, alambiques e instrumentos de todo tipo poblaban una amplia sala, vacía en ese momento. Encontró una puerta y entró. Al otro lado vio algo que le dejó impresionado.

—¿Qué coño es esto?

Sakoto vio una especie de contenedores repartidos en varias alturas unidos por multitud de tubos de diversos tamaños. Entre los contenedores, una escalera llevaba a otra sala cerrada con una gruesa puerta de acero.

Sakoto se acercó a uno de los contenedores para comprobar qué había en su interior. En la puerta del contenedor podía leerse: Bijan. Se asomó y lo que vio lo dejó patidifuso: era un ser con melena roja, de complexión fuerte y rasgos humanoides, pero al mismo tiempo lucía cuerpo y rostro de hormiga. El desconcierto era cada vez mayor.

—Su ki y su aspecto raro me recuerdan al lemming, Maestro —comentó Sakoto.

—Coloca el C4 y vuelve a la otra sala. Busca papeles, algo que nos dé pistas sobre este experimento tan raro.

El discípulo obedeció y repartió el C4 por todas partes. Y cuando iba a salir, de repente, un montón de soldados le estaban apuntando.

—Mierda…

CONTINUARÁ…

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