Nester Log estaba muy irritado con sus soldados. Incluso algunos fueron ejecutados debido al fracaso de su misión. Log no era de los que perdonaban el error y este se pagaba con la propia vida. Según él, era la mejor manera de tener milicias eficientes y organizadas.
Pero la cuestión era que no había ni rastro de Sakoto ni de la página de Tijecta el Rasposo. Y lo último, sobre todo, no le gustaría a Nalehom. Pensando en todo eso, Log recibió una llamada.
—¿General Log? Soy la coronel Kukiche, del cuartel Andevás del Catellar.
—Dime, coronel Kukiche.
—Me acaban de confirmar que hasta dentro de un mes no estará listo.
—Demasiado tiempo.
—Dicen que el proceso de transferencia debe ser lento para que su rendimiento sea óptimo.
Log se cabreó más de lo que ya estaba.
—¡No me jodas!
Para calmarlo, la coronel le dio otra noticia:
—Señor, hay otra novedad. El otro al final ha accedido a venir, pero también tardará un mes, dice que está ocupado.
El general de Nalehom se tranquilizó un poco.
—Vale, que venga lo antes posible. Sigue trabajando, cierro.
—Sí, señor, cierro.
La impaciencia de Log era un polvorín. Algunos de los altos cargos militares aprendieron con los años y los problemas a lidiar con su general, sobre todo apartándose de él en sus momentos de mayor ira.
Log se encendió un cigarro y se marchó de los bosques de Tarrakron, en dirección a la ciudad.
***
A la mañana siguiente de su encuentro, Sakoto y el Maestro Castro se dispusieron a comenzar el entrenamiento. Se encontraban rodeados de rocas en una especie de círculo natural en el centro de la playa de Savnos. Un lugar perfecto para ser discretos.
Castro comenzó a enseñar a Sakoto:
—Dices que sabes utilizar el ki, pero que no lo controlas. Demuéstramelo. Lanza tu ataque más fuerte.
Sakoto no quería echar abajo el lugar, como otras veces había sucedido a lo largo del tiempo.
—Maestro Castro, casi siempre que uso el ki lo destrozo todo, prefiero no…
—Que tires tu ataque, venga —insistió el maestro.
Sakoto, al ver la seguridad de las palabras de Castro, confió en él. Concentró ki en las manos y lanzó su Carcayú Invertido a máxima potencia. El suelo y las piedras temblaban y todo resplandecía.
Cuando el ataque iba a alcanzar a Castro él, sin ninguna dificultad ni preocupación, levantó una mano y paró el Carcayú. Una vez todo el ki del ataque se acumuló en la palma de su mano, la alzó y se lo devolvió forma de dardos de ki. Sakoto, sorprendido, reaccionó tarde y algunos de los dardos impactaron en él. «Es fuertísimo», pensó el hombre de los bosques. Castro siguió hablando, como si nada hubiera pasado.
—Eres fuerte, pero no tienes ni idea de usar el ki. Ese Barbayú estaba «despeluchado» y soltaba ki mientras avanzaba. Es como un coche con el depósito agujereado.
—Es Carcayú, no barbayú. Y no entiendo bien lo que dice, maestro.
—Si quieres que el uso del ki dé frutos, lo primero que debes hacer es concentrarlo, convertirlo en un flujo continuo. En tu caso no hay flujo, sino una pérdida constante de ki. Tus ataques serían mucho más poderosos si aprendes a concentrarlo.
» Se nota que tu formación con el Viejo Mastruko apenas fue de párvulo. Has tenido suerte de que los soldados con los que te has enfrentado hasta ahora sean unos ineptos.
Sakoto se frustró. Apenas había aprendido a sobrevivir en el bosque durante más de la mitad de su vida y poco más. Castro se dio cuenta y siguió hablando:
—El ki es la energía vital de todo lo que existe. Todo proceso de creación, de vida y muerte, de construcción y destrucción, y hasta tus pensamientos, son gobernados por el ki. El ki rige los ciclos de las estaciones, del clima, del nacimiento, crecimiento y muerte de todo ser vivo, ¿entiendes? Es el principio sagrado que armoniza la creación. Hasta los dioses y los demonios están formados de ki.
—Entiendo.
—Y del mismo modo que tienes venas sanguíneas que dan vida a tu cuerpo físico, también hay canales de ki y centros energéticos que dan vida a tu cuerpo vital. Sangre y ki están estrechamente relacionados.
» Si solo cuidas el cuerpo físico y dejas de lado el ki, con el tiempo se generan obstrucciones en los canales vitales y la energía no fluye de forma saludable. Y esto es lo que te pasa: usas el ki, pero no lo cuidas.
Sakoto se dio cuenta de todos sus errores. Durante su tiempo solo había entrenado en el su cuerpo, pues con su fuerza física y el poder del Carcayú Invertido salía victorioso casi siempre, pareciéndole suficiente. Ahora lo estaba pagando.
—¿Es posible cambiar eso, Maestro Castro?
—Es posible. Espero que el enquistamiento de ki que has sufrido durante tanto tiempo no perjudique el proceso de purificación de los canales.
—¿Y por dónde empezamos?
—Te enseñaré Daolong, la disciplina básica de control y cuidado del ki. Si aprendes bien, quizá te enseñé un par de trucos de artes marciales.
—¡Vamos pues!
La instrucción de Daolong empezó al momento. El Daolong era un arte milenario que aportaba buena salud al ki, purificándolo, aumentándolo y armonizándolo. Los comienzos de Sakoto en ese arte del ki no fueron sencillos. Las posturas, la concentración y el control de la energía no le eran familiares, y en los primeros días se agotaba con rapidez. Sin embargo, no se rindió.
Pasadas dos semanas, Sakoto comenzó a dominar los fundamentos del Daolong. A veces perdía la concentración, pero notó cómo aumentaba su ki.
El progreso de Sakoto sorprendió a Castro. Otros discípulos —más jóvenes— tardaban más tiempo en aprender lo que el hombre del bosque había integrado en catorce días. De hecho, percibió que las obstrucciones en el ki de Sakoto estaban comenzando a desaparecer y sus canales aumentaron no solo su tamaño, sino que su ki era más luminoso e intenso. «Interesante, este Sakoto. Veremos cómo le va en el siguiente paso…»
***
Castro aprovechaba las comidas y descansos entre entrenamientos para poner al día a Sakoto de todo lo que acontecía en su pequeño país.
—¿Alguna nueva comunicación? —preguntó Sakoto.
Durante los primeros días, su nuevo maestro le había explicado qué hacía en la playa de Savnos. La playa estaba cerca de uno de los cuarteles de Nalehom, Andevás, que desde hacía tres meses tenía más actividad de lo habitual. Por eso estaba ahí, para interceptar sus telecomunicaciones y descubrir qué sucedía.
—Al principio no captaba nada importante —contaba Castro—. Parecía que habían llegado más tropas para aumentar la vigilancia en la base, pero no sabía por qué.
» Unos días después intercepté una comunicación que aclaró un poco el asunto. Según decían unos cabos primeros, Andevás se había convertido en un centro de operaciones científicas o algo así. Rápidamente llamé al cuartel general de La Praleña de Tarrakron y enviaron a un espía a Andevás para descubrir de qué iba el asunto.
—¿Descubrió algo?
—Sí, justo el día que tú llegaste a la playa. Lo último que supimos de Ibuto, nuestro espía, es que se fugó de la base con un camión que transportaba algo, pero no sabemos el qué. Luego se lio en el bosque, aunque eso ya lo sabes.
Sakoto ató cabos.
—Creo que sé lo que el espía llevaba.
El discípulo de Castro le contó su encuentro con el lemming salido del camión.
—Y cuando lo vencí, apareció esto —le mostró la página de Tijecta el Rasposo. Castro la leyó.
—Esto es rarísimo. Informaré a La Praleña. Muchas gracias Sakoto, al menos el trabajo de Ibuto no fue en vano.
» Pero ahora que hemos terminado el descanso, vamos a volver al entrenamiento. Hoy vamos a comenzar una nueva etapa.
CONTINUARÁ…