Casi cayendo el atardecer, Sakoto llegó a las costas cercanas a los bosques de Tarrakron, la playa de Savnos. La zona de Savnos era pedregosa, repleta de grandes rocas con grietas y cuevas de diversos tamaños. Cuando Sakoto era perseguido por los soldados de Nalehom solía esconderse en una de aquellas cuevas hasta que la situación se calmaba, pues aquella zona apenas era frecuentada por nadie, ni civil ni militar.
Cuando llegó a la cueva en la que solía refugiarse, se encontró con algo inesperado. En la entrada de la gruta vio a un anciano manipulando lo que parecía una central de radio. Después de observar unos instantes, el guerrero del bosque se dirigió al misterioso hombre:
—Buenos días, buen hombre.
El hombre, de cara y cuerpo orondos, vestía una especie de túnica negra, boina y gafas de sol. Amable y alegre, respondió:
—¡Vaya! Buenos días, joven.
«Bueno… no tan joven», pensó al observar a Sakoto con más detenimiento. «¿Y ese saco de patatas?»
«¿Quién es?», se preguntó Sakoto. No le pareció un hombre de Nalehom.
El anciano, con cierto recelo, pero sin desconfiar plenamente de su interlocutor, preguntó:
—¿Se ha perdido?
—No. De vez en cuando vengo por aquí.
—Pues llevo instalado aquí tres meses y nunca he visto a nadie.
—Hacía algún tiempo que no venía.
Sakoto miró el aparataje. ¿Un centro de telecomunicaciones? Prefirió preguntar, el hombre del bosque siempre era directo:
—¿Qué es eso?
—Estoy trabajando.
—¿En qué?
El hombre guardó silencio unos momentos. No le agradaba tanta pregunta. Respondió con una:
—¿Y tú qué haces aquí?
—Me persiguen los hombres de Nalehom y Nester Log.
El misterioso hombre se sorprendió un poco y, después de pensar unos instantes, dijo:
—¿Tú eres Sakoto?
Sakoto se sobresaltó. ¿Cómo sabía el anciano quién era él? Solo los hombres de Nalehom conocían su existencia, y no todos.
Ante la clara sorpresa de Sakoto, el señor le siguió hablando para calmarle:
—Cuéntame, no soy un hombre de Nalehom.
—¿Quién es usted? —insistió Sakoto, inquieto.
El orondo anciano hizo la señal de victoria con los dedos y dijo majestuosamente:
—Yo soy… El Maestro Castro.
A Sakoto no le sonaba ese señor, pero sí se tranquilizó al saber que no era un esbirro de Nalehom.
—Encantado, Maestro Castro. Mi nombre es Sakoto. ¿Cómo sabe quién soy?
—Tengo pinchadas las comunicaciones de los soldados de Nalehom —señaló el panel de radio—, y llevan unas horas buscándote. Parecen cabreados contigo, sobre todo Nester Log. ¡Menuda habrás liado para que te busque la mano derecha de Nalehom!
Sakoto estaba un tanto desconcertado. ¿Qué estaba haciendo ahí el Maestro Castro?
—¿Por qué pincha las comunicaciones de esos desgraciados?
—Porque soy de la sección de Tarrakron de La Praleña, y eso hacemos.
—¿Praleña? —a Sakoto le sonaba esa palabra.
—¿En serio? ¿No conoces La Praleña? —Castro se sorprendió.
—No.
—¿No sabes lo que está pasando?
—Algo he oído, pero sé poco. Llevo unos 20 años viviendo en los bosques apartado de todo.
—Pero si te están persiguiendo. ¿No se te ocurre por qué?
—Desde siempre les robo comida y suministros, por eso me buscan.
«Desde luego, no tiene ni idea de qué sucede…», pensó Castro, pasmado ante la ignorancia del hombre del bosque. «Lo raro es que el mismísimo Log lo busca…»
—Entonces no sabes cuál es la situación actual en Raus –insistió el maestro.
—No.
—Hace 21 años, cuando finalizó la guerra contra el Gran Demonio Khargis, Nalehom, uno de sus súbditos más allegados, sobrevivió y acabó conquistando este país, que ya estaba casi en ruinas, fundando una dictadura sangrienta manejada con crueldad y muy mala leche.
—¿Ganamos la guerra…?
—De eso sí que sabes algo. Sí, las alianzas entre países nos llevaron a la victoria, pero en Raus perdimos nuestra libertad. Las naciones aliadas estaban tan debilitadas por los estragos de la guerra que no pudieron ayudarnos. Además, nuestro país es pequeño y no somos demasiado importantes en el tablero de juego geopolítico…
Sakoto, hasta ese entonces, no supo cómo se desarrolló el final de la guerra contra el Gran Demonio, la conocida como la Primera Gran Guerra Mastrukiana. Creía que el Gran Demonio Khargis había vencido y que Nalehom sería una especie de gobernante dependiente de su amo. Continuó Castro diciendo:
—Nuestra fuerza también quedó reducida y nuestro gran héroe, Ryumah, desapareció. Seguramente murió en la gran batalla final contra Khargis. ¿Tampoco sabes quién es Ryumah?
—He escuchado su nombre —dijo Sakoto con cierto titubeo.
Castro quiso indagar más sobre el pasado de Sakoto.
—¿Eres rausense?
—Sí.
—¿De qué familia eres?
Sakoto guardó silencio unos instantes y dijo:
—Fui adoptado. Me encontraron en el distrito Pelagius de Raus.
—Vaya, a las afueras de la capital. Entonces conociste a los X-tremoduros, ¿verdad?
—Sí. De hecho, ellos fueron los que cuidaron de mí.
—¡Caray, conociste a Ryumah! Era miembro de los X-tremoduros.
—Bueno, lo conocí, pero no coincidimos mucho porque siempre estaba fuera de Raus ejerciendo de héroe en la guerra y todo eso. Yo iba mucho por la taberna El Pichón. Todos eran algunos años mayores que yo.
—Curioso, curioso. ¿Y dónde estuviste durante la guerra?
—De viaje… Fui a ayudar como cadete a las milicias de la zona norte, en las montañas de Churana. Regresé apenas me enteré del ataque de Nalehom a Raus. Hicimos lo que pudimos.
—Así que participaste en la guerra. Desde luego, en aquellos tiempos serías apenas un chaval. Te instruyeron los X-tremoduros, supongo.
—Un poco, y fui también entrenado en artes marciales durante un tiempo para ayudar en la batalla.
—¿Quién te entrenó?
—El Viejo Mastruko.
Castro dio un respingo.
—¿Te instruyó el gran Viejo Mastruko? Es el maestro de artes marciales más grande del mundo.
Castro cayó en el significado de algunos comentarios interceptados en las telecomunicaciones de los soldados de Nalehom en lo referente a «grandes explosiones que mataron a tres soldados y al bicho». Si Sakoto había sido entrenado por Mastruko, debía conocer el control del ki.
—Entrené un tiempo con él, pero a causa de la guerra mi formación no terminó. Por cierto, ¿cómo está el Viejo Mastruko? ¿Sigue vivo?
—¡Y tanto! El Viejo Mastruko está bien, sobrevivió y ahora vive en Tarrakron.
Sakoto se alegró al oír esas palabras. Castro se quedó pensativo unos segundos y con decisión preguntó a Sakoto:
—Sakoto, ¿por qué no dejas los bosques y te unes a nuestra causa? Nuestra guerra aún no ha terminado y nos vendría bien toda la ayuda posible.
—No sé…
—Escucha, Sakoto. Cuando Nalehom nos conquistó, los pocos supervivientes del ejército regular de Raus fundamos La Praleña. ¿Sabes qué significa esta palabra?
—Me suena. Es de un antiguo dialecto de Raus, ¿no?
—Exacto. Proviene del antiguo dialecto praleño. Praleña significa «la peña, la gente, el grupo». Nos pusimos este nombre porque somos el último bastión de nuestro amado país ante la dictadura del capullo ese. Con tu habilidad de la escuela del Viejo Mastruko aumentarían nuestras posibilidades de recuperar la paz y la libertad de nuestro pueblo. ¡Quédate!
Sakoto no sabía qué responder. Él consideraba que volver a la civilización podría ser peligroso para los demás. Pensando en ello, le dijo al anciano:
—Maestro Castro, usted es maestro de artes marciales, ¿verdad? No sé qué es, pero noto algo en usted.
—Pues sí, eso dicen que soy.
—Como mi formación no terminó, no aprendí a controlar bien el ki y ni siquiera lo he conseguido en todos estos años. No sé cómo hacerlo y esto ya me ha traído muchos problemas. No quiero dar complicaciones a nadie más.
El Maestro Castro se concentró un poco y percibió el ki de Sakoto. «Cierto. Siento obstrucciones en su ki.»
—Hmm… Podría enseñarte a controlar tu ki, pero…
—¿Qué sucede?
—Eres un poco… mayor.
—¿¡Eh!?
—Con los años, si no se trabaja el ki convenientemente, se va «enquistando». Los canales energéticos se obstruyen y el ki no circula de forma saludable. Por eso te cuesta controlar tu energía.
«También es posible que tenga un ki muy grande latiendo en su interior… habrá que verlo», dijo para sus adentros.
—¿Y no tiene solución?
—Primero necesitarías aprender Daolong para purificar tus canales, pero eso no garantiza nada.
—¡Maestro Castro, enséñeme como sea! Si hay alguna posibilidad de dejar de dar problemas y de ayudar en algo, haré lo que haga falta.
Castro pensó que no perdería nada por intentar instruirle. En el peor de los casos, Sakoto se quedaría igual que estaba. Pero si el entrenamiento funcionaba, podría ser muy útil a La Praleña.
—Está bien, Sakoto, veremos qué podemos hacer, pero puede que la instrucción no funcione.
—Haré todo lo que esté en mi mano, Maestro Castro.
Y así, Sakoto se comprometió con La Praleña e inició el entrenamiento del Maestro Castro. ¿Lo soportará?
CONTINUARÁ…