Capítulo 17: Caos desatado

Los miembros de La Praleña y los mutantinos refugiados en el búnker de las alcantarillas esperaban temerosos alguna noticia de los héroes que habían ido a La Tabacalera. Entre ellos se encontraban el Viejo Mastruko y el Maestro Castro, apoyando a los refugiados.

—¿Sientes ese ki aumentando sin parar, Castro? —comentó Mastruko con suma preocupación.

—Sí…

Ambos maestros de artes marciales sentían que algo terrible estaba a punto de acontecer y, mucho peor aún, que nadie podría hacer nada para frenarlo…

***

Trokkolo comenzó a emitir una luz tenue e inquietante de color verde. El brillo era armonioso e iba aumentando poco a poco. Sakoto y Panshiro notaron que a medida que el brillo crecía, el ki de Trokkolo se acrecentaba más.

Trokkolo gruñía y se movía como si se aquejara de un fuerte dolor. Mientras tanto, su ki se agigantaba sin cesar. De repente, cambió su postura y se puso firme con los puños apretados. Un aura entre naranja y verdosa rodeó al coloso, que empezó a cargar ki. A su alrededor, la noche se hizo más oscura.

Mientras cargaba ki, todo temblaba. Iji y Ziffa, que habían recogido ya al malherido Rage, decidieron ir a la fuente de luz para ayudar a Panshiro y Sakoto.

El ki del enemigo no paraba de crecer. Sakoto y Panshiro nunca habían sentido un ki parecido. Era bestial, incontrolable, mucho más allá de sus capacidades. El aura de Trokkolo hacía temblar todo. Cayó algún edificio del cuartel, el suelo se resquebrajaba y empujaba a los dos Soniquetes.

El aura terminó por estallar, cegando a los presentes. Cuando Sakoto y Panshiro pudieron volver a ver, Trokkolo había cambiado totalmente de aspecto. Ahora era aún más musculoso, alto y corpulento. Sus cabellos estaban erizados, de un color entre verde y anaranjado. Sus ojos no tenían pupilas, pero la forma de estos era de aspecto amenazador. Su energía era inimaginable.

Los Soniquetes y Ziffa se reunieron de nuevo, bloqueados ante la figura que tenían delante.

—¿Cómo es posible que su ki haya crecido tantísimo? —preguntó Badai, desconcertado—. Es surrealista…

—La página… —dijo Sakoto, perplejo—Como el lemming… Esas páginas dan poderes a los que las usan…

No tuvieron tiempo de hablar más. Trokkolo volvió a cargar ki, disfrutando de su nuevo poder. Todo brillaba caóticamente, y bajo los pies del nuevo guerrero se abrió un cráter, sobre el que se quedó flotando en el aire.

—A partir de este momento soy Trokkolo Grogui.

Al oír eso, Rage hizo memoria. Grogui era un reconocido y peligroso genocida del país vecino, Yamatori, cuya actividad había sido muy problemática en la Gran Guerra contra Khargis.

—Hay que largarse —dijo Rage—, esto se ha puesto muy chungo y no sabemos qué carajo está pasando aquí.

Apenas había terminado la frase, todo comenzó a temblar aún más, pero aquel temblor no fue provocado por Trokkolo Grogui.

A unos trescientos metros de ellos, un almacén estalló con fuerza. De entre las llamas ocasionadas por la explosión apareció una gigantesca silueta bípeda de más de veinte metros de altura. Cuando pudieron distinguir mejor la figura, los héroes apreciaron lo que parecía un robot gigante con una morfología semejante a la de un terópodo, como un tiranosaurio de las Tierras Agrestes. El robot se inclinó hacia delante y vibró con un ki tremendo, algo menor que el de Trokkolo Grogui en ese momento, pero igualmente apabullante. 

Confusos, los héroes esperaban el ataque del nuevo enemigo y adoptaron postura de combate. Por su parte, Trokkolo Grogui estaba embriagado con su nuevo poder y no era consciente de lo que ocurría a su alrededor.

Para sorpresa de los héroes, el robot gigante —o meca, como solía decirse—, disparó una batería de misiles a velocidad hipersónica, pero no hacia ellos, sino hacia Tarrakron.

Los guerreros no pudieron hacer nada; no tuvieron tiempo de reacción para defender la ciudad. Los misiles comenzaron a estallar por todo Tarrakron, fulminando todo rastro de civilización con cada explosión. Desaparecieron casi todos los edificios, hogares de los ciudadanos tarrakronianos. Fue un total exterminio. Después de eso, el meca se quedó paralizado.

Respecto a los búnkeres y los restos de la ciudad mutantina, sucedió lo mismo. El Viejo Mastruko y el Maestro Castro no pudieron parar el ataque del meca y los búnkeres desaparecieron con ellos dentro. Todo lo que la civilización mutantina y La Praleña habían construido juntos durante tantos años fue fulminado en una sola noche.

Compungidos, los héroes de La Tabacalera sintieron un torrente de emociones: ira, tristeza, odio, amargura, afán de venganza…

Panshiro, salido de sí, atacó a Trokkolo. El coloso ni siquiera se defendió. Los golpes impactaban sobre él, sin hacer efecto sobre su cuerpo. Le propinó un leve puñetazo a Panshiro, y este cayó inconsciente.

Sakoto, furioso y también fuera de sí, cargó ki a toda potencia. Pero esta vez sucedió algo diferente. En lugar del Golpe de Castro, a Sakoto, igual que a Trokkolo Grogui, se le erizó el cabello y este y su cuerpo parpadeaban con una luz anaranjada. Imitando a Panshiro, Sakoto atacó.

—¡Trokkolo, te mataré! —gritó el Soniquete.

De nuevo, Trokkolo Grogui no necesitó defenderse. Cuando se cansó de los golpes de su rival, el hombre de Nalehom embistió a Sakoto con una fuerte patada, cayendo también inconsciente. La batalla estaba perdida. Badai, Ziffa y Rage sabían que intentar luchar era inútil. Trokkolo Grogui hizo caso omiso de los demás y siguió embriagado de poder, riendo con fuerza.

De la nada, apareció en el aire un Trakadrol. Se acercó con prudencia a los héroes y se abrió la puerta del vehículo. Un hombre rubio vestido con un chándal azul y gris y una cadena de oro sobre el cuello gritó:

—¡Subí’ a la nave, chavale’!

—¡La madre que te parió, Calistro! —respondió Rage.

—¡Siempre estoy en el sitio que toca está’!

Badai y Ziffa recogieron a Sakoto y Panshiro, y Rage fue cojeando al Trakadrol.

—Ziffa —dijo Badai—, ¿por qué no te unes a Los Soniquetes?

—No —respondió la artista marcial—, ahora que regresamos a Raus, Volveré con Yarret y los demás a Los Bujías. Pero gracias por el ofrecimiento.

» ¡Joder! —espetó la heroína de repente.— ¿Y El Ninjo y Otakrón?

—Si está El Ninjo se e’pabilarán, shica —comentó Calistro—. ¡‘Ámono’!

Subieron todos al Trakadrol y huyeron. Trokkolo no se dio cuenta, pues su estado de ensimismamiento a causa de su nuevo poder era tal que no percibía más allá de su propio ki.

Al elevarse el helicóptero, Ziffa, Rage y Badai vieron el estado de Tarrakron. Fuego y ruinas, solo quedaba eso. Ziffa y Badai no pudieron evitar que las lágrimas cayeran por sus mejillas.

—Lo han destruío tó —dijo Calistro, con preocupación—. No creo que Naleho’ quisiera eso, se la ío de la’ mano’.

—Ahora toca reagruparse —dijo Rage mientras se encendía un puro, intentando serenarse ante el drama. Era momento de mantenerse fuerte como uno de los líderes de La Praleña—. Vayamos a Churana. Hay muchas cosas que hacer. Esto es demasiado.

La nave voladora se alejó de la zona enemiga, atravesando la oscura y trágica noche, en busca de terminar con Nalehom de una vez por todas.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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