Chimpunia amaneció aún humeante por los destrozos ocasionados en la batalla con los Facsímil. Durante la noche, Los Bujías, a espaldas de Matau y los suyos, contactaron con todos los grupos de La Praleña, tanto los que estaban en activo como los que se habían retirado o habían sido expulsados de las milicias. El plan consistía en ir con todo a Piter Mata con todos los recursos disponibles, ya fueran soldados, artillería, experiencia y todo aquello que pudiera acercar a La Praleña a la victoria total.
Recién llegado el amanecer, iban llegando a Chimpunia la banda de las alcantarillas de Raus, entre los que se encontraba Logan, el hermano de Sakoto; los Heavyrrones, un grupo de veteranos artilleros especialistas en escaramuzas en el medio urbano; la banda del Gasolina, experta en el uso del fuego; los últimos X-tremoduros, cuyos componentes ahora eran Brako, El Cuervo Jim, el Sargento Lolo y Checs. Los demás, o estaban muertos, o en condiciones físicas deplorables. Todos aquellos antiguos miembros de los diferentes grupos del antiguo ejército de Raus coincidían en algo: tenían ganas de jarana.
Cuando el general Matau vio llegar a todos esos antiguos guerreros, se dirigió directamente a Los Bujías lleno de ira.
—¿Qué coño es esto, Pikolov? —abroncó Matau.
—Coleguita general, es necesario contar con toda la peña posible para finiquitar a Nalehom y su banda cutre —respondió Pikolov confiado.
—¡Aquí hay gente expulsada del cuerpo! —exclamó el general. —¡Esto se está convirtiendo en un motín!
—General —intervino Ray Dox—, no estamos en situación de poder elegir demasiado nuestras opciones. Todo ayuda debería ser bienve…
—¡No me da la gana! —gritó Matau. —¡Irá solo La Praleña de la Niebla!
La Praleña de la Niebla había formado filas y estaba preparada para dirigirse a Piter Mata en sus todoterrenos, las pocas motos voladoras que tenían y la voluntad de sus pies.
—Piénselo, general —insistió Ray Dox —estos guerreros también aportarán todo su equipo…
—¡Qué no!
Kulbert llegó corriendo con cara de preocupación y habló a Matau.
—¡Señor! Acabamos de recibir un comunicado de los embajadores de Ivalis y Yamatori. Han decidido negociar con Nalehom para ahorrarse el inicio de una guerra sin cuartel. Y… solicitan que Los Soniquetes se entreguen.
—¡Qué mierdas dicen! —gritó muy furioso Rage.
—Me temo, sargento, que es lo evidente y necesario —dijo Matau, aliviado por no lanzarse a lo que creía un ataque suicida.
—¿Es una broma? —dijo Sakoto, también cabreado.
—Es preferible llegar a un trato con Nalehom. —comentó Kulbert. —Debemos suspender el asalto y ponernos en contacto con él. Solicitaremos una ampliación del plazo. Estamos dispuestos a cumplir con sus exigencias.
—¿Cuarenta mil millones de zepis? —dijo Rage con la misma furia. —¿Y quién nos asegura que el próximo mes no vuelve a amenazarles o a secuestrar a nuestros camaradas y pide cien mil millones? —empujó al general.
—Sargento, ¿ha perdido el juicio? —dijo Matau.
—No, ¡ustedes han perdido los huevos!
—Sargento Rage, voy a informar a nuestros soldados de que el ataque no se perpetrará.
—Yo seré quien hablará a los soldados. Es lo mínimo que puedo hacer, así de paso me despido porque Los Soniquetes quedaremos a merced del brujo, ¿no? —dijo Rage.
A Matau no le gustaba hablar en público, así que el ofrecimiento de Rage le pareció una excusa para no salir ante sus soldados.
Rage se acercó a un pequeño púlpito que habían preparado para que el general hablara a los soldados sobre la misión cancelada.
—Soldados, acabamos de recibir nuevas órdenes. Nuestros superiores dicen que la guerra ha sido suspendida, que podemos irnos —todos los soldados y los veteranos amigos de Los Bujías pusieron cara de enfado y frustración. —Nalehom obtendrá dinero por sus crímenes y nuestros amigos que han muerto aquí habrán muerto por nada. Pero, podemos irnos.
» Mientras tanto, los ideales de paz, de libertad y de justicia quedan arrinconados. Pero, podemos irnos.
» Bien, pues yo no me iré a casa —empezaron a sonreír todos envalentonados excepto Matau y Kulbert. —Pienso subir a mi moto voladora, iré hasta Piter Mata y patearé el culo de ese hijo de puta de Nalehom con tal fuerza, que hasta el próximo aspirante a Nalehom lo va a sentir.
» Bien, quién quiere irse a casa… ¿¡Y quién quiere venir conmigo!?
Todos vitorearon al sargento, gritando Sganda praleña y Semos de la niebla. La Praleña de la Niebla y los grupos de guerreros veteranos comenzaron a correr y a subir a sus vehículos. Se fueron presentando los unos a los otros. Matau y Kulbert corrían de un lado a otro intentando pararles, pero nadie les hacía caso.
—¡Una rebelión! ¡Es inadmisible! —se quejaba Matau.
—No es una rebelión, generalín —dijo Pikolov. —Es el corazón de Raus latiendo de nuevo. ¡Sganda Praleña! ¡Vente, hombre!
Matau se subió a un todo terreno con Kulbert. Todos se lanzaron al asalto de Piter Mata.
CONTINUARÁ…