Llegó la noche. Rage, Badai, Panshiro y Sakoto observaban la Torre Chust, en el puerto de Tarrakron.
—Como si supieran que íbamos a venir, carajo —dijo Rage.
La Torre Chust estaba bastante más vigilada de lo que creían. Varios soldados con la armadura comcom, como la que llevaba el lemming del bosque andaban por ahí: unos con aspecto de cactus, de hortalizas, incluso de oso de peluche…
—¿Qué son esos bichos? —se preguntaba Sakoto.
—También hay Mamotretoides —observó Badai—. Y varios drones Ketejod-3.
—Pues cambio de planes —dijo Rage—. En lugar de entrar con cuidado, haremos una incursión rápida y furiosa.
—Otro Jander Lein no, Rage —se quejó Badai.
—¿Qué es Jander Lein? —preguntó Sakoto.
—Jander Lein es un pueblo de Raus en el que había un almacén de armas del ejército de Nalehom —dijo Panshiro—. Había armamento que interesó a La Praleña, y entramos.
—Lo volamos todo por los aires y casi nos vuelan la cabeza a nosotros —terminó Badai, con resignación, sabiendo lo que iba a suceder en unos minutos—. Bueno, ¿qué propones?
—Mandamos los dos drones que tenemos —dijo Rage—, para que entretengan a los Ketejod. Badai y yo apareceremos de repente con los deslizadores y destruiremos los drones. Luego entramos en la torre y nos llevamos al hacker.
—¿Y nosotros qué hacemos? —preguntó Sakoto.
—Como la infantería de tierra mirará al cielo, aprovecharéis la confusión y de cuatro saltos entraréis al ático por la fachada.
—¿Cuatro saltos? —preguntó Sakoto, sorprendido ante la temeridad de Rage.
—¿Qué pasa, no podrás? —inquirió Panshiro.
—¡Claro que podré! —se envalentonó el neófito de La Praleña.
—Pues hala, vamos que se hace tarde —Rage se encendió su «puro de guerra».
***
Sin esperar más, Rage pilotó los drones hacia la Torre Chust. Cuando los drones de la torre captaron el movimiento de los robots voladores, se lanzaron a por ellos. Comenzó un intercambio de disparos y los soldados que estaban en tierra miraron al cielo. Rage ordenó:
—Venga, ¡Sganda praleña!
En antiguo praleño, el dialecto de la ciudad de Raus, Sganda praleña significaba «que viva la peña». Un saludo habitual de veteranos guerreros que solía ser un modo de iniciar una misión.
Rage y Badai montaron los deslizadores y salieron raudos al encuentro con los drones. Rage desenfundó su pistola replásmica y disparó a los robots enemigos, cayendo cuatro a la vez.
Mientras tanto, Badai disparó a la cristalera del ático, allanando el camino. Pero cuando se encaminaba a entrar en el edificio, los Mamotretoides comenzaron a disparar al cielo, cubriendo el paso a la torre.
—¡Disuádelos! —gritó Rage a Badai—. ¡Panshiro, a la torre, y cuidado que habrá yincana!
Panshiro y Sakoto comenzaron a correr hacia su objetivo. Al mismo tiempo, Badai empezó a lanzar bombas con el deslizador y el lugar se salpicó de explosiones. Panshiro y Sakoto esquivaban las descargas y a la vez tumbaban a algunos soldados, hasta llegar a la torre.
A continuación, escalaron la fachada dando rápidos saltos, mientras los Mamotretoides y los soldados de Nalehom intentaban descubrir qué estaba pasando.
Sakoto y Panshiro entraron al ático.
—Cuando encontréis al tío ese avisad y Badai lo recogerá —ordenó Rage—. Nosotros seguiremos entreteniendo a estos bichos.
Panshiro y Sakoto buscaron al hacker por el amplio ático, una mezcla de sala de operaciones y un confortable apartamento. Salieron más soldados a su paso y los vencieron con facilidad.
Unos instantes después encontraron una puerta metálica destrozada. Corrieron hacia la habitación que había tras ella y se sorprendieron. En efecto, estaba el hacker, Luzman, sufriendo un ataque de pánico, pues estaba siendo acosado por Siriyú.
—¿Qué haces aquí, Siriyú? —dijo Panshiro con hosquedad—. A la Casa Cutaína no le va a gustar esto.
—Solo vengo a ayudar, musculitos —dijo Siriyú, desafiante—. Es una misión demasiado peligrosa para cuatro.
—Ya hablaremos de esto, vámonos antes de que vengan más tropas.
Sakoto se dio cuenta de que esos dos no tenían precisamente una relación cercana.
—Pero, yo… ¿Qué queréis de… de… mí? —preguntaba el asustado Luzman.
—Guarda saliva, te hará falta —dijo Panshiro—. Iji, ya tenemos al objetivo, vamos a la cristalera.
—Recibido —respondió Badai.
Los cuatro corrieron hacia el ático —Luzman más bien estaba siendo arrastrado—. Cuando llegaron al salón principal, el de las cristaleras destrozadas, fueron atacados por un grupo de soldados.
—¿Pero esto no se acaba nunca, o qué? —dijo Sakoto ante tanta cantidad de extraños soldados.
Lucharon con los soldados, que iban apareciendo sin parar. Badai, al llegar y ver la escena, dijo a Rage:
—¡Mick, son muchos! Mejor llamemos al equipo de Ziffa.
—Llámalos.
Badai avisó al equipo de Ziffa, compuesto por ella, Xiv y otro mutantino, Mucher. Estaban apostados cerca de la torre.
—¡Ahora llegarán refuerzos, Panshiro! —avisó Badai. —¡Aguantad!
Unos largos instantes después, el equipo Ziffa llegó en un Trakadrol-G, un vehículo aéreo blindado, conducido por Mucher. El piloto apuntó su cañón a los Mamotretoides, disparándolo mientras se aproximaba a la torre. Cuando se acercó lo suficiente, Ziffa y Xiv saltaron al ático y se unieron a la pelea.
—No hacía falta que vinierais, todo va bien —dijo Siriyú con altanería.
—Ya hablaremos, Siriyú —dijo Ziffa.
—Menos hablar… —dijo el guerrero.
Los cuatro miembros de La Praleña siguieron combatiendo hasta que tuvieron un momento para escabullirse. Todos, excepto Badai y Rage, se metieron en el Trakadrol y huyeron por aire. Misión cumplida.
CONTINUARÁ…