A diferencia del bosque, la ciudad subterránea era un tanto agobiante para Sakoto. Le costó un par de semanas adaptarse.
En esas dos semanas, el ahora miembro de La Praleña había retomado su entrenamiento con el Viejo Mastruko. Al principio, el maestro marcial rechazó la petición de su olvidado discípulo, pero el Maestro Castro —que había regresado a la guarida un par de días después de lo acontecido en la estación de tren— convenció a Mastruko de que le entrenase, pues su potencial, aun con su edad, era inmenso.
El Viejo Mastruko era un maestro duro. En las horas de entrenamiento no permitía descansos, y exigía más allá de los aparentes límites de sus discípulos. Y es que Mastruko, el mayor experto del mundo en artes marciales, conocía bien la diferencia entre el tope mental de un discípulo y su verdadero límite y posibilidades de avance.
Lo extraño, pensaba el viejo maestro, era que Sakoto, a diferencia de muchas personas, no se planteaba ni límites ni infinitos. Solo entrenaba con estoicidad y se esforzaba tanto como le exigía su maestro, sin quejas. En ese sentido, la madurez que trae la experiencia permitía a Sakoto cierta tranquilidad, aunque en combate todavía fuera bastante impetuoso.
Sakoto no solo fue entrenado por Mastruko. Juantello le ayudaba a fortalecer sus músculos, y el Maestro Castro le seguía dando algunas instrucciones.
Panshiro, atento a los avances de su nuevo compañero de armas, se percató de su rapidísimo progreso. «¿Quién será este tipo?», se preguntaba. No era normal que, a su edad, y no habiendo seguido un camino marcial durante toda su vida, progresara tanto. Intrigado por ello, decidió retar a Sakoto a un combate de práctica.
Sakoto accedió de buena gana, visto el poder de Panshiro, que era capaz de rivalizar con Trokkolo.
—No destrocéis nada, ¿eh? —ordenó el Viejo Mastruko.
—No, Maestro —respondió Sakoto, mientras él y su oponente tomaban postura de ataque.
—¡Comenzad! —gritó Mastruko.
Ambos contendientes intercambiaron golpes, pero ninguno llegó a impactar a su objetivo. Sakoto sentía que Panshiro era verdaderamente fuerte. Al menos conseguía esquivar y parar sus golpes. Panshiro pensó que su mejora era intrigante, pero sabía de cierto que era más fuerte que Sakoto.
Y así lo demostró. Panshiro comenzó a lanzar una andanada de puñetazos a gran velocidad; Sakoto comenzó a esquivarlos con éxito, pero El Puño Cardinal —ese era el apodo de Panshiro, pues el arte marcial milenario que practicaba tenía ese nombre—aumentó la velocidad y fuerza de sus golpes y Sakoto fue vencido. El hombre del bosque se dio cuenta de que aún le quedaba un tremendo trecho que andar.
Panshiro se marchó, serio como siempre, pensando en que el poder de Sakoto no sería suficiente para ayudar de verdad a La Praleña.
—Es normal, Sakoto —comentó el Viejo Mastruko, al ver la decepción de su discípulo—. Panshiro lleva desde niño entrenando en la vía del Puño Cardinal y es su legítimo heredero. Pero date tiempo y sigue esforzándote, quizá llegues a rivalizar con él.
Y Sakoto siguió entrenando.
***
La dictadura de Nalehom era implacable. Había militarizado las dos grandes ciudades de Raus, Raus y Tarrakron. Todo ciudadano estaba vigilado: cualquier reunión, movimiento, expresión escrita, artística o de cualquier tipo pasaba por el filtro del brujo dictador y sus censores. Y ante el olvido del resto de Mastruko, que aún se recuperaba de la Guerra Mastrukiana, no había mucha esperanza para sus ciudadanos, que ni siquiera podían huir de su tierra.
Quizá La Praleña, algún día, derrocase a Nalehom…
***
Tres semanas después de la llegada de Sakoto, Tarrakron se militarizó aún más. Por todas partes había convoyes militares, tropas vigilando la ciudad y sus alrededores, drones recorriendo las calles, como si el mismo Nalehom estuviera observándolo todo. Los ciudadanos apenas salían de sus casas.
Ante esta situación, La Praleña se dispuso a investigar el asunto. Los principales miembros de La Praleña se reunieron en la Casa Cutaína. Allí, aparte de los que se presentaron a su llegada, Sakoto conoció a Ziffa Lock, una experta en artes marciales y espionaje y su compañero, El Ninjo; Otakrón, un hacker; Karajah, francotiradora, y al sargento Jile, un veterano de la Guerra Mastrukiana.
—Bien, ya sabéis lo del aumento de tropas en Tarrakron. Ziffa, cuéntales de qué va la cosa —dijo Rage.
—Buenos días —comenzó Ziffa—, El Ninjo y yo hemos investigado por toda la ciudad, y lo mismo ha hecho Otakrón intentando hackear las telecomunicaciones del ejército. Pero esto último no ha sido posible.
—¿Por qué? —preguntó Rage.
—Porque las han encriptado de forma exagerada —dijo Otakrón recolocándose las gafas—. Incluso diría que han usado magia para encriptar las comunicaciones.
—De Nalehom podemos esperar cualquier cosa —comentó Siriyú.
—La cuestión —prosiguió Ziffa—es que la mayor concentración militar se encuentra en la antigua Tabacalera, que ha sido reconvertida en cuartel y laboratorio militar, como Andevás. Es un muro impenetrable. Hasta han colocado sistemas de seguridad en las alcantarillas, con cámaras-ametralladoras, láseres detectores de movimiento y todo eso.
—Pues estamos jodidos —comentó Juantello.
—Hay una oportunidad de poder entrar en la base —dijo Rage—. Sigue, Ziffa.
—El Ninjo estuvo vigilando por unos días todos los movimientos de coches y vehículos que entraban y salían de La Tabacalera. Cuéntales, Ninjo.
—Fui siguiendo a los coches que iban escoltados y descubrí que uno de ellos es el responsable en seguridad militar de Nalehom en Tarrakron, un tal DVD Luzman. El tipo vive en la Torre Chust, en el ático, que está vigilado por drones y algunos soldados. Ese es nuestro hombre.
—Podríamos atraparlo mientras va a su casa —propuso Badai.
—Imposible con la militarización de la ciudad —dijo El Ninjo—. Nos pillarían al momento.
—Pues iremos a la Torre Chust esta noche —dijo Mick Rage.
—Pero si El Ninjo dice que también está vigilado —comentó Pasqual.
—Sí, pero será un ataque inesperado para ellos y desde el aire, con lo que tendremos más oportunidades de éxito.
» Otakrón, prepara un par de drones, durante el día de hoy elaboraremos el plan. Ninjo, dibuja un mapa de la zona y señala los puntos más altos alrededor de la Torre Chust.
—¿Quiénes irán a la misión? —preguntó Siriyú.
—Los Soniquetes —dijo Rage—. Y tú, el nuevo —señaló a Sakoto—. Veamos de qué eres capaz.
—¿No es un poco precipitado? —comentó Siriyú.
—Ha sabido escabullirse del ejército veinte años y les jodió Andevás, supongo que algo habrá aprendido —zanjó Rage.
—Haré mi mejor esfuerzo —dijo Sakoto, mirando a Siriyú, estando este visiblemente molesto.
—Pues a trabajar.
Y aquella noche, Los Soniquetes y Sakoto se enfrentarían a una peligrosa misión. ¿Atraparán a DVD Luzman?
CONTINUARÁ…