Sakoto estaba algo herido a causa de la batalla en Andevás, pero peor fue el destino de su ropa o, mejor dicho, del saco de patatas y el pantalón que Castro le dio. Castro le hizo entrega de otro pantalón, aunque la parte de arriba continuó siendo un saco que había por ahí.
—Toma, anda —Castro le dio un pantalón negro—. Era de Ibuto, pero al pobre ya no le hará falta. Oye, ¿por qué no te quitas las vendas?
—Costumbre —dijo Sakoto—. Estoy muy cómodo con ellas.
—Bueno, al lío. Mientras descansabas, Rage me ha vuelto a contactar. Un par de agentes de La Praleña ha descubierto que un tren salido de Andevás parará en la estación de Tarrakron antes del mediodía.
—Y tengo que subir al tren, ¿no?
—Sí. No sabemos para qué es el tren, ni qué hay en su interior. Creemos que armas. Tu misión consistirá en infiltrarte en el tren para descubrir qué transporta. Y debes salir ya. ¿Estás bien de tus heridas?
—Fueron solo unos rasguños, estoy bien. Soy duro de pelar.
Sakoto tenía razón. Era muy resistente y, por alguna razón, curaba sus heridas bastante rápido.
—No tenemos mucho tiempo. Infórmame por escucher de todo lo que veas. Cuando pare el tren en la estación, sal de ahí sin liarla. Justo en la playa que hay detrás de la estación te estarán esperando ese par de agentes para recogerte y llevarte a nuestra guarida.
» Bueno, el tren pasará pronto por el tramo de vía que tenemos más cerca. Sal ya.
—¿Y usted, Maestro?
—Vuelvo a Tarrakron. Nos veremos ahí más tarde. Y Sakoto… Insisto, no te la juegues, no sabemos lo que hay en ese tren.
—Está bien, Maestro. Nos vemos luego.
Sakoto se dirigió rápido a la vía del tren. Un rato después vio a lo lejos lo que parecía un humo blanco o, más bien, vapor. ¡Un tren de vapor! Como poco, anacrónico, pensó Sakoto. Se escondió un poco y, cuando lo consideró oportuno, saltó al techo de uno de los vagones.
—Estoy en el tren —avisó Sakoto.
—Perfecto, busca una entrada. Ventanas, puertas, lo que encuentres —ordenó Castro.
Sakoto comenzó a observar cómo eran los vagones. Para su sorpresa, todos eran una especie de piezas negras. En lugar de vagones, más bien eran unas estructuras entre pétreas y metálicas, muy extrañas, todas del mismo tamaño, del tamaño de un vagón, concretamente. Sakoto contó hasta treinta, con lo cual era un tren «largo», y se lo hizo saber a Castro.
—¿Qué será eso? —se preguntaba Castro—. Sakoto, sé discreto y apenas llegues a la estación vete de ahí.
—Sí, Maestro.
Al cabo de una hora y media, el tren llegó a Tarrakron. Hacía muchos años que Sakoto no pisaba aquella ciudad. Recordó su juventud, los tiempos de paz, la despreocupación respecto al futuro… Pero ahora no podía perderse entre recuerdos y se centró en la misión.
El tren arribó a la estación y paró. Sakoto estaba en el tercer «vagón», agachado sobre el techo de la pieza negra. Desde su posición pudo ver quién había en la puerta del edificio, esperando al tren: Nester Log. Era la segunda vez en su vida que lo veía y lo recordaba perfectamente, solo que, como él, era más mayor. Iba acompañado de dos soldados.
—Maestro —dijo Sakoto por escucher—, tengo enfrente de mí a Nester Log. Lo tengo en mi rango de ataque, puedo…
—¡No, Sakoto! —gritó el Maestro Castro—. Sal de ahí antes de que te vea. No estará solo, no te confíes…
—Pero…
La puerta de la locomotora se abrió, y de ella salió el sombrío individuo que horas antes había parado en Andevás.
Cuando Sakoto lo vio salir, no pudo creer lo que estaba presenciando. Su sorpresa fue máxima. En ese momento, sintió una mezcla de odio y temor que no experimentaba desde hacía veinte años.
—¿Cómo puede ser…?
—¿Qué sucede, chico? —preguntó Castro.
Sakoto no respondió. Paralizado, observó la escena.
El individuo y Nester Log se acercaron el uno al otro. Nester Log, sonriendo, dijo:
—Cuanto tiempo, Trokkolo. El Maestro Nalehom se alegra mucho de que accedieras volver a Raus. Y encima traes lo que te pidió. Se pondrá más contento aún.
—¿Dónde está?
—Está de camino a La Tabacalera. Nos reuniremos con él allí. Uno de mis hombres se llevará tu tren a Raus. Venga, vámonos y me cuentas qué tal han ido tus viajes.
—Espera —dijo en seco. Se giró hacia el tren. —Sal de mi tren y da la cara.
Sakoto se puso mucho más nervioso todavía.
—¡Vete, Sakoto! —dijo su maestro.
El hombre del bosque venció el temor inicial y, volviendo en sí, saltó del tren y se puso frente a Trokkolo y Log. Nester Log se asombró al ver a uno de sus mayores problemas ahí. Trokkolo observó unos instantes a Sakoto y le dijo:
—Tú eres Rottoh Sakoto.
—Te acuerdas de mí. Creía que te había pulverizado.
—Te confiaste demasiado entonces. Y te confías demasiado ahora, presentándote aquí.
—¡Mata a este incordio, Trokkolo! —gritó Log—. Destruyó Andevás y lleva años siendo una molestia.
Trokkolo seguía impasible, serio, frío. Log dio un paso atrás para no interferir en el combate. Trokkolo, por su parte, siguió en la misma posición, sin adoptar una postura defensiva u ofensiva.
—¡Esta vez sí que desaparecerás, Trokkolo! —exclamó Sakoto.
En el fondo, Sakoto no estaba nada seguro de sus palabras, pero su odio venció al miedo y se lanzó sin pensarlo contra su enemigo. Activó el Golpe de Castro y el ki de Sakoto aumentó. Trokkolo seguía sin moverse.
Cuando Sakoto se disponía a lanzarle un fuerte puñetazo, Trokkolo dio un simple y rápido manotazo, apartando el puño con una facilidad pasmosa. Los ojos impasibles de su enemigo cambiaron; frunció el ceño y miró amenazadoramente a Sakoto. En ese momento, el hombre silvestre se dio cuenta de que Trokkolo era mucho más poderoso que antes y que, aunque él también lo era, no podía rivalizar con su oponente.
Con un movimiento sencillo a la par que poderoso, Trokkolo propinó una patada en el pecho a Sakoto y este cayó inconsciente en el acto.
—No entiendo cómo os ha costado tanto cazar a este despojo —dijo Trokkolo. Log guardó silencio, con cierta vergüenza.
—Remátalo y vámonos —respondió el hombre de Nalehom.
Cuando Trokkolo se acercaba a Sakoto para darle el golpe de gracia, una bomba de humo interrumpió su paso. Trokkolo usó un golpe de ki para apartar el humo y, cuando este se disipó, Sakoto ya no estaba.
—Tu oponente soy yo —dijo una voz grave.
Trokkolo se giró y dijo:
—Así sea.
***
Un rato después, Sakoto despertó. Cuando abrió los ojos, se encontraba en mitad de unas cloacas.
—¿Estás bien? —preguntó alguien.
Sakoto buscó la voz. Un hombre más joven que él le miraba. Era rubio, con los ojos verdes y el cabello encrespado. Vestía una especie de uniforme azul oscuro y portaba en la espalda un espadón tan alto como él. Sakoto recordó su combate contra Trokkolo.
—¿Dónde está Trokkolo?
—¿Te refieres al tío que te ha vencido? Panshiro se está ocupando de él.
—Hay que volver a ayudar al Pampiro ese, Trokkolo es muy poderoso…
—Panshiro, se llama Panshiro. Tranquilo, Panshiro es el puño de La Praleña. Se las arreglará. Además, tengo órdenes de llevarte a nuestra guarida.
—¿Quién eres?
—Ah, perdona. Soy Iji Badai, miembro de Los Soniquetes. Te estábamos esperando. Sakoto, ¿verdad?
—Sí.
—Cuando estés bien, movámonos.
Sakoto se levantó. Estaba algo mareado, pero pudo andar.
—Parece que conocías al tipo ese. ¿Quién es?
—Es una larga historia.
En el próximo capítulo, viajaremos al pasado de Sakoto.
CONTINUARÁ…