Las alcantarillas eran un caos. Los Soniquetes y los soldados de La Praleña luchaban contra las tropas de Nalehom, que cada vez eran más. Ambos bandos perdían miembros por igual, pero el de Nalehom era más numeroso.
Sakoto combinaba sus ataques con los de Badai, provocando muchas bajas enemigas y manteniendo la posición. No muy lejos de ellos, la orden mutantina de los Rehostios se ocupaba con solvencia de las tropas del brujo y dictador. Ziffa, El Ninjo y Juantello hacían lo propio, mientras Rage lideraba a La Praleña entre disparo y disparo.
Por otro lado, el Maestro Castro y el Viejo Mastruko también combatían. Ya eran ancianos, pero no recibieron ni un rasguño del enemigo.
Aunque La Praleña soportaba los envites del enemigo, este aumentaba su número sin cesar, y llegó un momento en que la única opción válida era huir. Rage dio la orden de retirada a todos a través del escucher, lo que significaba no solo irse de su guarida, sino de la ciudad subterránea. Todos acataron la orden, excepto los viejos maestros, que optaron por dirigirse a los búnkeres en los que se escondieron los ciudadanos de la capital mutantina para protegerlos. Así, bruscamente, Sakoto se despidió de sus maestros, una vez más.
Unos minutos después, las tropas de Nalehom ocuparon el emplazamiento. La Praleña y los mutantinos perdieron su hogar.
***
La red de alcantarillado de Tarrakron era vasta y laberíntica. Eso daría tiempo a La Praleña a marcharse de la capital mutantina. El plan de emergencia para casos así era dar la señal de alarma a la sede de La Praleña de Raus y reunirse después en las montañas del norte de la ciudad, Churana. Rage consiguió enviar el mensaje de alarma, esperando que llegara a los compañeros de la ciudad vecina.
Una vez los disparos se convirtieron en ruidos lejanos, la cúpula de la Casa Cutaína, que había huido junta, paró para hablar.
—¡Puto caballero, traidor de mierda! —se lamentaba Rage—¡Me lo cepillaré con mis propias manos!
—No entiendo cómo ha llegado tan lejos ese desgraciado —dijo Ziffa—. Pero ahora me encaja que interrumpiera la misión para encontrar a Luzman. Seguramente quería matarlo para que no supiéramos nada del asunto de La Tabacalera.
—Ahora eso me da igual —dijo Rage, comenzando a calmarse—. La cuestión es que todo el trabajo hecho se ha perdido.
—Vamos a la sierra de Churana, como estaba previsto —dijo Juantello.
—Casi todos irán para allá, pero unos cuantos nos quedaremos —respondió Rage.
—¿Qué quierrres decir? —preguntó Xiv, que lo contó de milagro.
—Ellos no se esperan que vayamos a contraatacar tan pronto —digo Rage—. Así que aprovecharemos que buena parte de sus tropas están en las alcantarillas y Los Soniquetes nos infiltraremos en La Tabacalera.
—Muy típico de ti —dijo Badai—, y me parece bien, pero no tenemos aún el Pulso Brutal, ¿te acuerdas?
—Ya lo tenemos —siguió Rage—. El lunático de Luzman es un jodido genio y junto a Otakrón han conseguido improvisar un APB; me lo han dicho justo en este último descanso. Ahora llamaré para que sean escoltados hasta aquí.
—Bendita Providencia —comentó Pasqual—. ¿Y qué hacemos los demás?
—Vosotros id a los búnkeres para rescatar a los que se hayan perdido o estén heridos. Al menos intentaremos que sobreviva el mayor número de gente posible. ¿Y los Rehostios?
—Siguen luchando en la ciudrad y prrrotegiendo a Na’sut —informó Xiv.
—Ellos sabrán —dijo Rage—. Encima no llevan escucher. Si los encontráis, intentad que vengan con nosotros.
Los miembros de La Praleña y Xiv se marcharon a los búnkeres, y Los Soniquetes se dirigieron a La Tabacalera.
***
Nester Log y Trokkolo se encontraban en La Tabacalera, el nuevo cuartel de Nalehom en Tarrakron.
Antaño, La Tabacalera había sido la productora de tabaco más importante del continente. Con la Gran Guerra quedó destruida, y durante años permaneció en ruinas hasta que el dictador decidió reconstruirla y convertirla en un cuartel. Ahora, después de unas obras que se extendieron en el tiempo, volvía a estar operativa, solo que con otro uso.
—El Maestro me ha dicho que no vendrá —informó Log a Trokkolo.
—¿Por qué?
—Afirma que Los Soniquetes aparecerán en La Tabacalera y no es su deseo que su llegada a Tarrakron sea molesta.
—Entonces, ¿qué hacemos? ¿No lo ponemos en marcha?
—No hasta que él llegue. Pero primero debemos matar a Los Soniquetes. Es una orden directa.
—Déjamelos a mí.
—Yo también iré, estoy algo oxidado y me vendrá bien cargarme a Mick Rage. La última vez solo perdió un ojo, pero esta noche terminaré lo que empecé hace veinte años…
***
Los Soniquetes se separaron del resto de La Praleña para dirigirse a La Tabacalera. Mantenían contacto constante con los demás a través del escucher. Aunque hubo bajas, la mayoría de los habitantes de la ciudad mutantina, incluidos el Viejo Mastruko y el Maestro Castro, llegaron sanos y salvos a los búnkeres. Los soldados de Nalehom lo habían destruido todo y la ciudad subterránea, si ya de por sí estaba semi derruida, ahora no contenía ni un muro en pie.
Un rato después, Los Soniquetes llegaron a su objetivo. Ante ellos había una espesa puerta metálica circular y varios dispositivos de vigilancia y defensa. Los héroes se ocultaron en una esquina del túnel y esperaron la llegada de Otakrón y Luzman.
—Los traerá Ziffa y El Ninjo, ¿verdad? —preguntó Badai.
—Sí —dijo Rage.
No mucho más tarde, aparecieron Ziffa y El Ninjo con los dos genios informáticos. El Ninjo cargaba con el APB, una especie de cañón con teclado y una ruedecilla al lado.
—Bueno, pues ya estamos aquí —dijo El Ninjo.
—Perfecto —dijo Rage—. ¿Se sabe algo de los demás?
—Está habiendo muchas bajas —comentó Ziffa con pesar—. Jile, Mucher, Alicuétana y Castaña Vol han caído.
—Mierda —dijo Rage cabreado—. Me los pienso cargar a todos. Trae ese cacharro, Ninjo.
Rage cogió el APB, apuntó a la puerta, calibró el cañón según la frecuencia de resonancia del sistema de defensa y disparó el arma, que proyectó un campo de ondas. Al cabo de unos segundos, el aparataje de vigilancia se apagó y la puerta se abrió.
—¿Qué hacemos nosotros? —preguntó Ziffa a Rage.
—Id a los búnkeres, será más seg…
De forma inesperada, un fuerte rugido resonó por el alcantarillado, justo detrás de ellos. Unos pesados pasos se acercaban corriendo.
—¡El Achtoun! —alertó Badai.
—¿El qué? —preguntó Sakoto.
—El Achtoun es un monstruo de las alcantarillas. Lanza nubes de veneno a su presa y luego se abalanza sobre ellas. Y sin máscaras antigás…
—¡Yo puedo! —exclamó el hombre de los bosques.
—Déjate de rollos, no tenemos tiempo y no, no puedes —afirmó Rage—. ¡Corramos todos hacia La Tabacalera!
Todos comenzaron a correr. Al pasar por la puerta metálica, Panshiro la cerró con fuerza y continuaron su camino hacia el cuartel de Nalehom. Rage juró venganza y que esa misma noche eliminaría al dictador y sus seguidores.
Minutos después, avistaron una escalera de mano. Habían llegado a su objetivo.
—Otakrón… y tú, cagado —dijo Rage dirigiéndose a Luzman—, quedaos aquí abajo. Si subís moriréis. Ninjo, quédate con ellos, necesitamos a Otakrón.
El Ninjo asintió y los demás subieron las escaleras.
CONTINUARÁ…